Ser o no ser…
SIN CONEXIÓN
Esa es la cuestión, diría cualquier shakesperiano de café o, casi mejor de cantina, si es que se tratase de dilucidar algún diferendo futbolístico como los que nos ocupan diariamente como parte de la distracción que produce el interesarse seriamente de asuntos triviales como el futbol y no del contenido trágico que de verdad tiene esta cochina vida (dicho sea con todo respeto para los cochinos).
El futbol (como la citada vida) tiene como parte de su encanto la propiedad de castigar a aquellos que no aprovechan las oportunidades que se les ofrecen. Y no me refiero sólo a aquellos ‘desentrenadores’ que viven rogando, si no es que exigiendo, una ‘chancecita’ para demostrar sus excelencias como generales de división con el simple argumento de haber sido magníficos artilleros, tan sólo para desaprovechar la ocasión poniendo de manifiesto su ilustre incapacidad de liderazgo y la enorme veracidad de aquello que dice mi papá: “La pólvora en manos de los tarugos no arde…si acaso, explota”. Claro que mi jefe utiliza otro adjetivo menos decoroso y más propio de su terruño veracruzano, ostensiblemente impublicable, pero quizá más adecuado a la ya histórica actuación de Hugol como desentrenador nacional al frente de una excelente generación de jugadores de la cual no ha sido ni medianamente digno.
Me refiero también a las oportunidades (técnicamente llamadas ‘opciones de gol’) que cotidianamente vemos fallar a nuestros compatriotas y a muchos otros, sólo para comprobar a los largo de cualquier partido la infalibilidad de aquella otra máxima, menos peyorativa, pero igualmente cierta que la otra, en el sentido de que “aquel que se cansa de fallar goles los ve hacer por los rivales” o algo por el estilo.
Lo cierto es que la cantidad de goles que vimos fallar a conciudadanos que cobran por hacerlos, precisamente el día que más faltaba nos hacían frente a la poderosísima selección de uno de los países más pobres del mundo, nos invita a reflexionar, como hacía Hamlet, sobre la oportunidad que nos brinda la existencia de SER O NO SER en la vida y en nuestra particular actividad.
Ser ganador o no serlo sería la alternativa vital en este caso, meterla o fallarla, ganar o perder, ‘Ser o no ser', clasificar o no clasificar a la Olimpiada.
A los que hemos tenido el gusto de jugar este deporte o de haber estado cerca de él en cualquiera de sus facetas, e inclusive como espectadores desde hace muchos años, no nos es extraño escuchar los clásicos lamentos de los propios falladores o los de sus incondicionales, excusándose (lindo verbo) con aquello de que le “pegué mal”, “me botó antes”, “me la desviaron” o, lo más increíble que nos ha tocado oír en voz del protagonista del ridículo o de los más ridículos que son algunos comentaristas en su afán de disculpar la mediocridad: “Es que no se la esperaba”.
Si usted se encuentre en el zócalo de Apatzingan y de pronto le cae un balón en el pecho y en su sorpresa la abanica o la vuela como lo hicieron nuestros niños casi héroes contra Haití el otro día, podría argumentarse que no la esperaba, pero si se dedica profesionalmente al futbol (me refiero a que cobra y cobra bien por jugarlo) y se encuentra de pronto en el área penal del equipo rival siendo usted centro delantero ( o sea metegoles central) en un partido de cualquier trascendencia, con su equipo atacando y estando en sus cinco sentidos (creo que ya no dejan jugar tomados desde los tiempos del Pirata o de Epaminondas) y a pesar de ello usted se declara sumamente sorprendido porque “no la esperaba” y por eso la falla; entonces no se lamente porque de eso me encargo yo (¡de mentársela, por supuesto!) como lo hice hasta quedarme afónico al igual que miles de desaficionados mexicanos que en lugar de ponernos la verde nos pusimos verdes del coraje y tuvimos que fumar de la misma para poder seguir filosofando sobre el ‘Ser o no ser? De nuestra cascarera existencia.
Pensándolo bien (consuelo del mediocre), qué bueno que no llegó el sexto gol ese día, ya que de habernos enfrentado a los gringos en Semifinales nuestro coraje todavía sería mayor a estas alturas y no se podría argumentar de ninguna manera que ¡no nos la esperábamos!
Esa es la cuestión, diría cualquier shakesperiano de café o, casi mejor de cantina, si es que se tratase de dilucidar algún diferendo futbolístico como los que nos ocupan diariamente como parte de la distracción que produce el interesarse seriamente de asuntos triviales como el futbol y no del contenido trágico que de verdad tiene esta cochina vida (dicho sea con todo respeto para los cochinos).
El futbol (como la citada vida) tiene como parte de su encanto la propiedad de castigar a aquellos que no aprovechan las oportunidades que se les ofrecen. Y no me refiero sólo a aquellos ‘desentrenadores’ que viven rogando, si no es que exigiendo, una ‘chancecita’ para demostrar sus excelencias como generales de división con el simple argumento de haber sido magníficos artilleros, tan sólo para desaprovechar la ocasión poniendo de manifiesto su ilustre incapacidad de liderazgo y la enorme veracidad de aquello que dice mi papá: “La pólvora en manos de los tarugos no arde…si acaso, explota”. Claro que mi jefe utiliza otro adjetivo menos decoroso y más propio de su terruño veracruzano, ostensiblemente impublicable, pero quizá más adecuado a la ya histórica actuación de Hugol como desentrenador nacional al frente de una excelente generación de jugadores de la cual no ha sido ni medianamente digno.
Me refiero también a las oportunidades (técnicamente llamadas ‘opciones de gol’) que cotidianamente vemos fallar a nuestros compatriotas y a muchos otros, sólo para comprobar a los largo de cualquier partido la infalibilidad de aquella otra máxima, menos peyorativa, pero igualmente cierta que la otra, en el sentido de que “aquel que se cansa de fallar goles los ve hacer por los rivales” o algo por el estilo.
Lo cierto es que la cantidad de goles que vimos fallar a conciudadanos que cobran por hacerlos, precisamente el día que más faltaba nos hacían frente a la poderosísima selección de uno de los países más pobres del mundo, nos invita a reflexionar, como hacía Hamlet, sobre la oportunidad que nos brinda la existencia de SER O NO SER en la vida y en nuestra particular actividad.
Ser ganador o no serlo sería la alternativa vital en este caso, meterla o fallarla, ganar o perder, ‘Ser o no ser', clasificar o no clasificar a la Olimpiada.
A los que hemos tenido el gusto de jugar este deporte o de haber estado cerca de él en cualquiera de sus facetas, e inclusive como espectadores desde hace muchos años, no nos es extraño escuchar los clásicos lamentos de los propios falladores o los de sus incondicionales, excusándose (lindo verbo) con aquello de que le “pegué mal”, “me botó antes”, “me la desviaron” o, lo más increíble que nos ha tocado oír en voz del protagonista del ridículo o de los más ridículos que son algunos comentaristas en su afán de disculpar la mediocridad: “Es que no se la esperaba”.
Si usted se encuentre en el zócalo de Apatzingan y de pronto le cae un balón en el pecho y en su sorpresa la abanica o la vuela como lo hicieron nuestros niños casi héroes contra Haití el otro día, podría argumentarse que no la esperaba, pero si se dedica profesionalmente al futbol (me refiero a que cobra y cobra bien por jugarlo) y se encuentra de pronto en el área penal del equipo rival siendo usted centro delantero ( o sea metegoles central) en un partido de cualquier trascendencia, con su equipo atacando y estando en sus cinco sentidos (creo que ya no dejan jugar tomados desde los tiempos del Pirata o de Epaminondas) y a pesar de ello usted se declara sumamente sorprendido porque “no la esperaba” y por eso la falla; entonces no se lamente porque de eso me encargo yo (¡de mentársela, por supuesto!) como lo hice hasta quedarme afónico al igual que miles de desaficionados mexicanos que en lugar de ponernos la verde nos pusimos verdes del coraje y tuvimos que fumar de la misma para poder seguir filosofando sobre el ‘Ser o no ser? De nuestra cascarera existencia.
Pensándolo bien (consuelo del mediocre), qué bueno que no llegó el sexto gol ese día, ya que de habernos enfrentado a los gringos en Semifinales nuestro coraje todavía sería mayor a estas alturas y no se podría argumentar de ninguna manera que ¡no nos la esperábamos!
Fuente: Record Diario Deportivo
Sin Conexión...
Dom 6 de Abril de 2008.
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